El conflicto es una realidad que nos ocurre todos los días seamos conscientes o no. En casa, en el trabajo, con nuestros hijos, amigos, cuando tenemos que decidir algo, etc. Hay conflictos pequeños e irrelevantes y otros de mayor importancia que requieren de una estrategia, de unas pautas que nos ayuden a gestionarlo de forma eficaz haciendo que nos conlleve el menor gasto de energía posible. Hoy en día es crucial que nos paremos a reflexionar sobre cómo cada uno en nuestro contexto particular gestiona este tipo de situaciones. En general, lo asociamos a algo negativo que hay que evitar, pero teniendo las habilidades y capacidades para gestionarlo adecuadamente, puede ser una gran oportunidad para crecer, aprender cosas nuevas y tener una visión más amplia de la que poseíamos antes de generarse dicho conflicto. En líneas generales, ante un estímulo que nos genera un malestar que será el desencadenante del conflicto podemos responder evitándolo o postergando la situación/decisión o afrontando y gestionando dicho escenario.
Si ampliamos este esquema con la teoría de Thomas Kilmann, nos encontraremos con cinco estilos a la hora de gestión de conflictos, teniendo en cuenta dos dimensiones, asertividad y cooperatividad y según las cuales podremos describir la conducta de una persona. Los cinco estilos son: Competitivo, Conciliador, Evitador, Negociador y Colaborador. No hay un solo estilo adecuado o correcto. Todos y cada uno de ellos pueden ser útiles en función de la situación, el contexto y el interlocutor que tengamos delante. Un conflicto, a diferencia de un problema, tiene un componente subjetivo y una emocionalidad que le confiere una gran complejidad. Éste es un aspecto clave a tener en cuenta cuando nos enfrentamos a cualquier diferencia o desacuerdo ya sea en el trabajo como en nuestra vida personal. Las emociones son uno de los elementos más desestabilizantes y generadores de conflictos que existen. Si no existieran éstas, los conflictos serían simplemente diferencias bien entendidas y fácilmente solventables. Si nos dejamos llevar por las emociones que nos surgen ante determinadas circunstancias, dejamos de escuchar a los demás, tratamos de hacer valer más nuestras razones, se nos cierran las opciones de entender al otro y no desarrollaremos la suficiente empatía que nos permitiría tener una buena gestión de conflictos.
Los subhabilidades que componen la Inteligencia Emocional y que deberíamos desarrollar para mejorar nuestra gestión de conflictos son:
En definitiva, no dejemos de lado ese “ingrediente olvidado”, la Inteligencia Emocional, que junto a una actitud proactiva, qué puedo hacer yo o qué depende de mí dentro de la gestión de conflictos o situaciones de desacuerdo, nos permitirán resolver éstas circunstancias que bien gestionadas pueden resultar enriquecedoras. Si entendiéramos la diversidad como un valor añadido, como un sumar y no restar, muchas de nuestras diferencias y de los conflictos que por desgracia nos invaden todos los días en las noticias de actualidad, se podrían evitar. Ana Amo Arturo Colaboradora de DICTEA Psicóloga - Consultora Senior de RRHH Mentora Empleabilidad - Coach Ejecutivo