Las personas tenemos una predisposición biológica que constituye el temperamento y junto al carácter configuran la personalidad. Los genes y el entorno, la cultura y la biología deben estar en armonía para ser mejores personas y crear un mundo mejor; esto como consecuencia natural nos hará tener mejor salud psicológica y bienestar emocional. Como dice mi gran compañera la psiquiatra Ángeles Nieto Rubio, “el equilibrio de lo individual con lo colectivo es uno de los grandes dilemas de la ética, si queremos ser ejemplarizantes cada uno debe crear su propia conciencia moral, sus límites, y eso es volver al terreno de las virtudes clásicas”.
Las virtudes están dirigidas a encarnar los grandes valores humanos, ya los decían los filósofos antiguos; Aristóteles, por ejemplo, recomendaba tener ciertas virtudes para poder alcanzar la felicidad, pensaba que si las personas contaban con determinadas virtudes, cualidades y fortalezas, siempre en el punto medio, sin caer en el exceso y la carencia, podrían encontrar bienestar en sus vidas.
La filosofía y la ética griega estaban dirigidas a la formación del carácter, para en esencia, vivir y obrar el bien y así llevar una vida rica en virtudes. Uno de los filósofos que más aportó a este tema fue Aristóteles, cuya definición de virtud buscaba no eliminar los deseos, sino encauzarlos hacia ese fin que es la felicidad.
Mucho más tarde, dos milenios después, es la Psicología Positiva con Martin Seligman y sus colaboradores, la que propone una nueva forma de ver la Psicología, y empieza a enfocarse en el estudio científico del funcionamiento óptimo de las personas; se propuso descubrir y promover los factores que les permiten a los individuos y a las comunidades vivir plenamente.
Este movimiento ha tomado gran fuerza en estas primeras décadas del siglo XXI, con la investigación científica de la felicidad, el bienestar y lo que funciona bien en la vida de las personas. En este sentido se establecen una serie de fortalezas del carácter (Peterson y Seligman, 2004) que están siendo de gran referencia en los últimos años en el ámbito psicoterapéutico.
Fueron estos dos autores los que después de una detallada y larga investigación, establecieron lo que se consideran como esas virtudes o potenciales que toda persona puede desarrollar para invertir en bienestar, sabiduría y felicidad.
Esas fortalezas psicológicas no nos vienen de fábrica, muchas de ellas las adquirimos con nuestra educación, imitando a otras personas que nos inspiran, e incluso, por qué no, siendo conscientes de que determinadas dimensiones mejoran nuestra vida y la de los demás.
Una fortaleza es un rasgo, una característica psicológica que se presenta en situaciones distintas y a lo largo del tiempo. Las fortalezas son medibles y adquiribles. Las fortalezas elegidas por Seligman y Peterson son las vías o caminos para llegar a alcanzar las virtudes humanas más importantes y siguen igualmente un criterio de ubicuidad, es decir, que se valoran en casi todas las culturas del mundo.
Es bueno parar y reflexionar sobre qué fortalezas tenemos y cuáles podemos desarrollar y aprender; a veces las sentimos como propias, pero necesitamos pensar en profundidad sobre ellas para ver de manera honesta si contamos con ellas o por el contrario nos gustaría tenerlas pero no es así del todo.
También puede ocurrir que contemos con ciertas fortalezas y que a nosotros nos cueste tomar conciencia de ello y sean los demás los que las vean en nosotros y nos lo puedan decir.
La finalidad principal que os propongo con este artículo es conocer nuestras fortalezas y ser conscientes de ellas, porque de su puesta en práctica cada día dependerá en buena medida nuestra felicidad.
Ángeles Benítez Rey
Psicóloga de la Salud- Grupo DICTEA