La percepción antecede y condiciona la acción, pero no lo hace directamente, sino que lo hace mediante un poderoso agente que es la emoción. Esta palabra deriva de emovere, que en latín quiere decir "poner en movimiento". La emoción pone en movimiento tanto las funciones internas del organismo como el comportamiento externo.
Aunque hasta hace muy poco tiempo las emociones eran ignoradas por la ciencia, porque parecían demasiado subjetivas y no se podan medir, ahora son uno de los asuntos más interesantes dentro de la neurociencia.
Lo cierto es que cada emoción tiene una utilidad, donde es beneficiosa, pero también tiene su peligro de arrastrarnos hacia comportamientos inadecuados. Además, no podemos olvidar que las emociones proporcionan riqueza a nuestra experiencia vital.
Como no se puede evitar sentir una emoción determinada, y reprimirla o negarla no es una buena solución, ¿qué podemos hacer? Pues aprender a expresarlas de manera adecuada y regularlas.
La regulación de las emociones empieza con una declaración. Sentir las emociones, cualesquiera que sean, siempre es sano; forma parte de la realidad de ese momento y nos da una información valiosa. Sin embargo, el sentirlas no significa obedecer a su dictado; el comportamiento es la clave, y es aquí donde aplicamos la regulación.
Podemos decir que la regulación emocional es el proceso por el cual un individuo influye en cómo siente las emociones, cuánto duran, cómo se viven y cómo se expresan. Es un proceso dinámico con retroalimentación en el cual podemos aplicar distintas estrategias, según la personalidad, la emoción y el contexto, como se recoge a continuación:
Ángeles Benítez Rey
Psicóloga de la Salud de Grupo DICTEA
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